* Las imágenes corresponden a "Juguetes Robados", un proyecto de fotografía documental de Pablo Valle, que retrata la problemática del trabajo infantil en América Latina.
* Los textos son fragmentos de Carlos Skliar publicados en su página de FB.
El tiempo de los niños no es evolutivo. Si fuera evolutivo, si pasara de un estado primitivo a un estado terminal, muere. Si toda trayectoria se midiera como el pasaje de lo que no es a lo que sí será, lo que será ya no es niño.
Todo lo evolutivo conduce a la muerte. Y lo peor es que los adeptos a la evolución lo saben, arrojan etapas y esconden la vida. Creen en la perpetuidad y por eso son mezquinos con los niños. Les atribuyen inmadurez, precariedad, incapacidad, demasiada acción, agitación, inestabilidad, precariedad. El tiempo de los niños es el tiempo de los niños.
Richard. Guía de turismo Sipán – Perú A veces falta a la escuela para guiar a los turistas por las ruinas de Sipán a cambio de “una voluntad”. Las historias que cuenta las aprendió en su casa. |
A los niños se les interrumpe la mirada. Esa mirada que se
dirige a todas partes, porque las cosas se mueven, suenan, tocan, hablan,
enfrían, calientan, llevan colores, asumen rugosidades, bordes, sensaciones. La
atención de los niños es dispersa no por inmadurez sino, quizá, porque no hay
orden en el mundo. Todo intento por ordenar el universo les hace reír y llorar
sonoramente.
Atender es mirar y es escuchar. Y es comenzar a saborear, despacio,
la infinitud complejidad del mundo. Atender no puede ser exigir decir. La
atención es una disposición, no una virtud que se pueda medir. Pero es una
disposición indispuesta, es decir, no tiene nada que ver con la recta
disposición a atender. Es todo lo contrario de la sumisión, es la forma que
asume la paciencia cuando es niña.
Y la paciencia posibilita escuchar otras
voces, atender otros cuerpos, mirar otras palabras. La atención se ofrece, no
se impone.
A los niños se les interrumpe su ficción. Una ficción de libertad, de lo ilimitado, de la totalidad y, también, del abismo, del salto al vacío, del peligro. Ficción de lo que se abre, relato de lo ilimitado. Es ficción porque un niño no se representa a sí mismo con otro lenguaje, sino en sí mismo, con su propio lenguaje.
Es ficción porque es ensayo: el niño ensaya su libre albedrío, su carne viva. No hay torpeza, sino cambio de dirección. Las fronteras de su ensayo están en la palabra “no”. Del “no” también se aprende, es verdad, pero lo que se aprende sobre todo es a salir de la ficción, a quitarse del juego como música y del movimiento como liberación.
La clausura de la ficción ocurre por encerramiento, por castigo, por golpe, por prohibiciones, por asfixia, por confinamiento.
Cuando a un niño se le interrumpe su ficción es como si se lo abandonara en el medio de una ciudad inmensa, violenta y desconocida.
Debemos a la infancia los gestos que alguna vez les robamos.
No se trata solo de evitar interrumpir a los niños o de asistir, quietos, a las
ceremonias de un fuego que es juego.
Si hubiera que decirlo en una única frase:
estar con niños es hacer durar la infancia todo el tiempo que fuera posible.
Provocar una detención. Abrir el pliegue de cada segundo. Que dure ese cuerpo
que nada sabe de divisiones ni de privilegios; que dure esa atención que
tiembla; que dure esa travesía sin fronteras; que dure ese lenguaje que ríe con
el lenguaje.
Hacer durar la infancia.
Como quien hace durar ese amor que cierra
su boca y enciende sus ojos.
“Más allá de los juguetes robados, ellos resisten con inocencia y sonrisas. De una u otra forma se las ingenian para no perder las pocas pertenencias que aún les quedan en un mundo cada vez más ajeno. Sus sueños y el derecho a jugar”.
Pablo Valle
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