"Amo la literatura. Amo a los libros. Y creo que, si volviera a vivir, sería escritor. Aunque no siempre cosechemos mieles, aunque no siempre seamos bien considerados por los otros, aunque, muchas veces, la sociedad nos dé la espalda porque nos acusan de ser "la mala conciencia de la época".
Tal vez, tengan razón. Pero en ese juego dialéctico del pensamiento, somos infaltables si queremos una comunidad que vuele sobre sus propias miserias.
El oficio de escribir se mezcla con el oficio de vivir y vida y literatura se confunden para crear ese fresco del espíritu que necesitaremos, siempre, para ser mejores.
Y volvería a ser escritor aunque, a veces, falten las monedas para pagarle al carnicero..."
R. Dïaz, "El oficio de escribir"
-"Llamó Mary para avisar que Díaz presenta un nuevo libro".
Así recuerdo que eran las invitaciones. En general, telefónicas.
"Díaz" (así se lo llamaba en mi casa) era Roberto Díaz, un compañero de laburo de mi papá, de la -ya desaparecida- Papelera del Plata.
La cosa es que Díaz, además de compartir la oficina con mi viejo, escribía. Y Mary, su esposa, era la encargada de invitar a todos sus amigos y allegados a las presentaciones. Y allá iban, invariablemente.
Ya de más grande, me daba por incluída en la invitación, e iba a esas reuniones (generalmente de viernes a la nochecita), en algún lugar de Avellaneda: gente de la cultura, de la literatura, de la música, su familia, amigos de la "Papelera", del barrio, de la infancia: un elogio a la diversidad.
Nunca faltaba algún cantante de tangos que amenizara la reunión, y algún otro escritor o actor que leyera fragmentos del nuevo libro.
Y estaba Roberto, claro.
Grandote, con su barba blanca. Medio incómodo siempre ante los halagos. Con su "abrazo gordo", como leí que escribió alguien a la hora de despedirlo, cuando nos dejó, en 2011.
Cada vez que me veía, decía lo mismo: "¿Ésta es Valeria? ¡Pero cómo crecen los chicos!"
Salvo la última, en abril de 2011. Que no fue en Avellaneda sino en una librería de Callao. Era la presentación de "El muerto que vos matás", su último policial negro.
Me acerqué a saludarlo con mi panzota de casi 8 meses, y lo primero que hizo fue buscar con mirada cómplice a mi viejo: "¡Por fin el nieto, che!".
Con la excusa de la celebración del día del escritor, les acerco algo más de la obra y el recorrido de Roberto:
Una síntesis apretada de su biografía dirá que nació en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, en 1938. Fue periodista y traductor de habla inglesa. Fue autor de los poemarios Rocío en la piedra (1968), Esta ternura compartida (1973), El límite del ojo (1976), Toda sed y toda fuente (1988), Esta memoria que no calla (1988), Umbral de otoño (1990), Viajero de estas aguas (1997), Memoria que nos oye pasar (1998), Corazón que se abriga (2000), Oscuro labio de la noche (2004) y Música de ausentes (2006). También publicó dos volúmenes de crónicas y la novela Un hurón en las calles (2010) y El muerto que vos matás (2011). Escribió tangos, valses y milongas. Su obra ha merecido numerosos premios en el país y en el exterior. Ha traducido la obra de Oscar Wilde y William Shakespeare, entre otros autores. Fue subdirector del diario "La Ciudad" de Avellaneda hasta su retiro de la labor periodística. Coordinó diversos Talleres Literarios. Falleció el 16 de agosto de 2011.
Pero lo más jugoso, como siempre, está en las anécdotas:
Roberto integró, junto con otros poetas de la llamada "generación del 60" el grupo literario "El Pan Duro", creado por Juan Gelman, entre otros y apadrinado nada menos que por Raúl González Tuñón.
Como fruto del trabajo y la producción en ese grupo, Díaz publicó su primer libro de poemas: "Epitafio del gris", que fue seleccionado unánimemente por sus pares.
La relación (plena de admiracíón) con Raúl González Tuñón, aparece narrada por Roberto en su blog:
"Recuerdo cuando los sábados por la tarde, nos acercábamos con mi amigo Lubrano Zas (que vivía enfrente) a la casa de Raúl González Tuñón a saludarle y a charlar con él. Raúl era un hombre cordial, de buen trato; me apreciaba mucho y yo retribuía ese afecto, con respeto y admiración.
Era apasionante escuchar a Tuñón hablar sobre sus historias de vida. Había conocido a los más grandes poetas franceses, había sido amigo de César Vallejo, de Neruda, de Federico García Lorca.
"Una vez me fui a Chile por cinco días y me quedé cinco años" -me dijo, sonriente.
En aquella casa de la calle Amenábar, en el barrio de Colegiales, me extasiaba escuchando a Raúl contar sus anécdotas. Una vez, recuerdo, me contó cómo había conocido a Carlos Gardel en el famoso barco italiano "Conterrosso". Y a Paul Eluard y los surrealistas, a su amigo Robert Desnos, asesinado por los nazis en un campo de concentración.
Otra vez me dijo, como disculpándose: "yo era un poeta lírico, los otros poemas los escribí por compromiso". Pero no fue así. Era bueno en todo, porque era un poeta en serio y su sensibilidad lo llevó a estar del lado del pueblo.
Querido Raúl, generoso Raúl. Tengo un par de libros con sus dedicatorias sumamente elogiosas hacia mi obra. El cariño le hacía exagerar. Y era un hombre pobre, que todos los meses debía empeñar los cuadros de sus grandes amigos pintores para poder comer.
Una vez me presentó a su hijo Adolfito (en aquella época, un adolescente) y me dijo orgulloso: "Mirá: mi mejor poema".
Querido Raúl: se merecía que escribiera aunque sea estas pobres líneas sobre usted. Fue nuestro patriarca, nuestro padre espiritual para los poetas de la generación del ´60, que lo veneramos. Siempre recibimos su frase cariñosa, su palmada en la espalda, su profundo compañerismo"
El año pasado me crucé por una calle del barrio con Mary. No me reconoció. Me acerqué, la saludé y le dije quién era. Se le llenaron los ojos de lágrimas, me abrazó y me dijo: "¡no sabés cómo lo extrañamos!".
Sí que lo sé, Mary.
Se lo extraña. Y mucho.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido
y un pájaro en el hombro.
"El poeta murió al amanecer" - Raúl González Tuñón.
"Diario de un Poeta" el blog de Roberto, que escribió hasta el 2011
"Secretísimo", en "Esta ternura compartida" (1973)
"Se llamaba Juan" (Milonga) con música de Reynaldo Martín.
"Memoria de un patio" (Vals)
Homenajes en la Ciudad de Avellaneda
Qué palabras tan justas.... Vale... como uno alimenta el alma con estos recuerdos, no?
ResponderEliminarOlga
Sí, Olgui.
EliminarAdemás recuerdo que compartimos juntas esa última presentación, y tomamos un café después, te acordás? :)
Muchas graciasss por el hermoso recuerdo soy Gabriel uno de los hijos de Roberto, que por supuesto sigue estando siempre con nosotros Mary y el resto de la familia por suerte están muy bien, viendo la posibilidad de publicar libro de papá este año a su vez un cd de tangos grabados en su momento por Reynaldo Martin donde hay letras de Roberto y que quedo inconcluso luego del falleciemeinto de Reynaldo, dejo mail gdiazaguiar@yahoo.com.ar y face Gabriel Diaz Aguiar
ResponderEliminarHola Gabriel, gracias por el comentario! un abrazo a toda la familia!
EliminarValeria, buen dia. Me emocione al encontrar esta web y ver que tu padre fue compañero de Roberto en Papelera del Plata, por ende tambien fue compañero mio. Tal como comentas esa era la manera de invitarnos a participar de sus obras Roberto y Mary, y del cual me siento profundamente orgulloso de haber sido su amigo desde tan joven. Por favor decime quien es tu papa y te mando un gran abrazo.
ResponderEliminarEnrique J. Kosobucki
Hola Enrique! mi viejo es Mario Prohens. Recuerdo vagamente algún asado en "La quinta de Kosobucki" (tu papá) cuando era chiquita, y alguna escondida jugada con un montonazo de chicos que no conocía. Gracias por comentar, le dije que escribiste, se puso contento y me pidió que te responda.
EliminarTe dejo mi mail, si querés escribime y te paso los datos así se ponen en contacto:
valeriaprohens@yahoo.com.ar
Un abrazo!
Valeria