"El texto que usted escribe debe probarme que me desea", proclama Barthes. La mera posibilidad del interlocutor, la hipótesis de la existencia de un lector, desata un mecanismo de neurótica coquetería. El hablante o autor se exhibe y a la vez se hurta. Finge ignorar la mirada del prójimo, mientras espera que su prójimo lo mire y lo reconozca".
(A. Neuman)
Audrey coqueta |
Tengo que escribir sobre tal cosa, tengo que responder los comentarios, tengo que mantener una freuencia de posteos porque si no los lectores se van, etc. etc.
Casi lo logro, y me pongo a escribir sobre lo que quiero compartirles hoy, sin pedir disculpas por los dos meses de ausencia.
Casi.
Pero no.
Entonces, como dice Neuman en el fragmento de arriba, procedo a coquetearlos con mis disculpas, y sin prometerles que esto no volverá a suceder, paso al comentario.
El libro en cuestión (que contiene el fragmento que encabeza esta entrada) se llama "Literatura-Psicoanálisis: El signo de lo irrepetible", escrito "a cuatro manos" por la periodista y escritora Flor Codagnone y el psicoanalista Nicolás Cerrutti.
"Tanto la literatura como el psicoanálisis narran siempre una vuelta. (...) Narrando se relee un pasado que también se inventa. En ese esguince entre lo ocurrido y lo posible mete las manos, traumatóloga, la palabra"
Está en mi línea de lecturas sobre el psicoanálisis puesto en relación con otras disciplinas (con el arte, por ejemplo, acá). Y en este caso, la literatura.
Pero ojo, no es un libro de psicoanálisis aplicado a determinadas obras literarias, sino que es un pequeño y jugosísimo librito sobre las afinidades entre psicoanalistas y escritores, entre la escritura y el análisis, entre lo que ambas dinámicas tienen en común y de diferentes, escrito con una estructura dialógica muy particular: siempre se escuchan dos voces, y se observa todo desde dos campos: el literario y el psicoanalítico.
Es decir, a pesar de que el texto contiene numerosas referencias a conceptos psicoanalíticos, no se van a encontrar con la encriptada jerga con la que muchos analistas practican esa especie de onanismo del lenguaje llamado lacanismo.
Se los prometo.
El libro está buenísimo, y más adelante voy a comentar algunas cosas más, hoy sólo me detengo en el prólogo, que se llama "Espejo Ajeno (fragmentos para un reflejo)", escrito por Andrés Neuman.
Son pequeños párrafos en los que va dejándonos algunas pinceladas que dan cuenta de los cruces entre estas dos disciplinas.
Una de las ideas centrales -y que toma de la conferencia "Los Sujetos Trágicos" de Piglia, es la que postula que los escritores siempre han sentido que "el psicoanálisis hablaba de algo que ellos conocían y sobre lo cual era mejor mantenerse callados", y que es a partir de esta especie de pronunciación de lo invisible, este dejar al descubierto la trastienda del conflicto novelístico, que puede explicarse lo que él llama el "fastidio gremial" que el psicoanálisis ha generado en determinados escritores (Borges, Nabokov, Lawrence).
Y se arriesga con una comparación: la novela clásica sería al psicoanálisis lo que el erotismo al hardcore.
"En "El placer del texto", Barthes se interroga: "el lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre?" Lo verdaderamente erótico de la literatura radicaría por lo tanto en su ambivalencia, ahí donde el cuerpo de la frase se abre y se divide como una cremallera. Separándose, discrepando de sí misma."
El efecto del despalzamiento, de lo metafórico.
Algunas pinceladas más del texto de Neuman:
- El psicoanálisis nos permite sospechar y construir sentidos, cuerpos, deseos, identidades, voces. Ahí, palabra por palabra, cabe todo un programa literario. Narrar implica necesariamente la sospecha: urdir conjeturas, imaginar móviles. La certeza de que el sentido se construye y no se revela, que siempre es uno entre muchos, está en la base misma de la literatura.
- Hablar es siempre escribirse para alguien. Ese alguien siempre será otro, incluso si soy yo mismo. (...) El analista representa el modelo del lector entrelíneas. Si visualizamos el habla del paciente como una página escrita, el analista trabajaría anotando los márgenes. Ahí donde es posible asentir, acotar, replicar, dudar de la palabra ajena.
(...) El analista también se parece al oyente de poesía, para quien lo audible es tan sólo un ejemplo de lo dicho.
- Juarroz afirma que el poeta es un cultivador de grietas. El analista también. El analista lee un hablar inconsciente y procura devolver otro texto, traducirlo.
- La musa y el inconsciente tienen bastante en común. son inverificables, míticos, y se les atribuye un dictado. Son fantasmas que causan efectos materiales.
- El paciente se escribe, inscribe en su habla. Su discurso inconsciente no transcribe un texto dado, sino otro que existe en la medida en que avanza. En ese sentido, el paciente sería una especie de payador. Dijo una vez el parlanchín Arreola: no pienso para hablar, hablo para pensar. La intimidad literaria funciona a veces como secreto, y otras como exposición. Durante la escritura o el análisis se encubre tanto como se delata.
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En fin, un libro muy interesante por el que circulan: Freud, Lacan, Colette Soler, Borges, Murakami, Barthes, Piglia, Joyce y compañía, en el intento de los autores de dar cuenta de algunos posibles cruces entre estos dos ámbitos.
Dice Cerruti:
" Que (el psicoanálisis y la literatura) son a la vez, ancestros lejanos y familiares directos. Que existe entre ambos una relación profundamente íntima y poderosa, pero sin estridencias. No es que el lazo sea frágil, ni que carezca de terrenos comunes. No, la palabra y la ausencia de la palabra están ahí para demostrárnoslo"
Y finalmente, Neuman:
"Sea cual sea el caso dado, el psicoanálisis tiene potencialmente siempre la razón, Ahí radica su fuerza, y también su incertidumbre. En eso se parece a la ficción.
Literatura y psicoanálisis serían dos artefactos ficcionales que intentan revelar algún tipo de verdad individual."
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