"Amo la literatura. Amo a los libros. Y creo que, si volviera a vivir, sería escritor. Aunque no siempre cosechemos mieles, aunque no siempre seamos bien considerados por los otros, aunque, muchas veces, la sociedad nos dé la espalda porque nos acusan de ser "la mala conciencia de la época".
Tal vez, tengan razón. Pero en ese juego dialéctico del pensamiento, somos infaltables si queremos una comunidad que vuele sobre sus propias miserias.
El oficio de escribir se mezcla con el oficio de vivir y vida y literatura se confunden para crear ese fresco del espíritu que necesitaremos, siempre, para ser mejores.
Y volvería a ser escritor aunque, a veces, falten las monedas para pagarle al carnicero..."
R. Dïaz, "El oficio de escribir"
-"Llamó Mary para avisar que Díaz presenta un nuevo libro".
Así recuerdo que eran las invitaciones. En general, telefónicas.
"Díaz" (así se lo llamaba en mi casa) era Roberto Díaz, un compañero de laburo de mi papá, de la -ya desaparecida- Papelera del Plata.
La cosa es que Díaz, además de compartir la oficina con mi viejo, escribía. Y Mary, su esposa, era la encargada de invitar a todos sus amigos y allegados a las presentaciones. Y allá iban, invariablemente.