El porvenir es miserable, preciso.
Pero puede no acontecer.
Dios acecha en los intervalos.
JL Borges
Es una mañana de invierno. Hace frío. Mateo, de 8 años, llega de la mano de la portera, quien, mientras lo acerca hacia mí dice con su voz musical y enérgica: "Hooooola, Vaaaaaleeee, llegaaaamos"
Lo tomo de la mano. Se me acerca. Le doy un abrazote apretado, como cada mañana semanal que compartimos en la institución. Siento el rico perfume con el que su tía, amorosamente, lo acicala cada día. Le desenrosco la bufanda, que sólo deja al descubierto sus enormes y esquivos ojazos negros y le estampo un beso ruidoso en esos cachetes que explotan de pecas.
No trabajaremos en mi consultorio -jamás lo hicimos, en todos los meses que compartimos- sino en otros espacios: la sala, el SUM, el baño, el jardín, la cocina.