viernes, 16 de agosto de 2013

Palabras para nombrar la violencia

“... Cierta vez oí rogar, desde la habitación donde lo habían encerrado a
oscuras: “Tía háblame, tengo miedo porque está muy oscuro” Y la tía que dice: “¿Qué ganas con eso? De todos modos no puedes verme”. A lo cual
respondió el niño: “No importa, hay más luz cuando alguien habla”.

Freud, “Tres ensayos de teoría sexual” (1905).

Masacre de mejor esquina (1997). Fernando Botero 


Hoy quiero comentarles el libro" La violencia en los márgenes", que terminé de leer hace apenas unas semanas atrás.

El texto hace un recorte interesante sobre la  violencia, la investiga, la ejemplifica y ensaya algunas posibles hipótesis para pensarla: el estudio que da origen al libro se circunscribe al trabajo en  una zona marginal del conurbano bonaerense, en la que intentan leer las formas de violencia que allí se desarrollan, sus orígenes y usos, a través de los relatos de los alumnos de escuelas de la zona.



A propósito del tema, justo ayer, escuché en la tele la noticia de un episodio de violencia y acoso acontecido en una escuela secundaria, que queda a escasas cuadras de mi casa.  Nada nuevo, lamentablemente. En este caso,  se trataba de un joven discapacitado. Un video subido a la web a modo de "denuncia", desnudaba en la escena una de las peores facetas de la escuela media actual *

* (No pongo el link deliberadamente, porque creo que -si bien ofició como denuncia y obtuvo la repercusión mediática esperada-, la repetición del video con la agresión, no hace sino violentar a través de la difusión indiscriminada de su imagen, los derechos del adolescente en cuestión una y otra vez).


El fenómeno de la violencia es, decididamente, algo muy complejo, que puede ser pensado desde muchas y muy diferentes perspectivas.

En este momento yo no me encuentro trabajando en los llamados "márgenes", en esas zonas de borde con carencias económicas, culturales, simbólicas: quienes concurren a los consultorios, la universidad y el terciario del GBA donde dicto clases, están ubicados (un poquito más arriba o un poquito más abajo) dentro de la nebulosa "clase media". 

Sin embargo, no puedo dejar de notar cómo la violencia se va colando e instalando, hasta casi naturalizarse en los discursos: desde adolescentes que me relatan escenas de profundo temor a la hora de salir con sus amigos por la noche, "porque aunque no tengas nada que ver, podés quedar en el medio -de una pelea callejera- y terminás con el bocho reventado por un piedrazo, o con un tiro, es como algo que no sabés como empieza ni cómo puede terminar, que te arrastra"; pasando por alumnos que son  docentes y  relatan con preocupación la constante irrupción de escenas violentas, por parte de niños, jóvenes y padres; y hasta el  documento que trabajamos en una reunión de profesores, (a propósito de una situación en extremo violenta vivida en un curso del Instituto) enviado por el Ministerio de Educación, sobre "Manejo de situaciones conflictivas en las aulas", con un importante apartado sobre la llamada "violencia escolar".

La violencia en distintos escenarios. Apareciendo cada vez con más frecuencia, como la primer - y muchas veces-  única forma de resolver un conflicto. 

En los casos que les relaté, tal vez aparece un poco "velada", disimulada, escurridiza. Quienes son testigos o padecen estas situaciones violentas  ocasionales -aunque cada vez más frecuentes-, cuentan  por ahora, con ciertos recursos para poder posicionarse y tramitarlas.

En el texto de Auyero y Berti la verán aparecer  sin velo alguno, casi de manera obscena, en la vida de los chicos del barrio. Donde no hace falta preparar una clase especial  para traer el tema: " la violencia": ella es  parte infaltable del día a día cotidiano.


Una maestra y un sociólogo en el conurbano bonaerense



 Sentados al pie del mástil, apenas comienza el recreo, Samanta y Pedro, dos de mis alumnos de cuarto grado, conversan animadamente. Pedro pregunta: "¿A tu papá ya se le hizo cascarita el tiro? A mi viejo ya se le está haciendo". Samanta responde: "No...los tiros de mi papá son viejos". 

* * *
Noelia (9 años) le cuenta a Fernanda que "a mi sobrina casi la violan ayer. Los vecinos fueron a la casa de los violines y les patearon la puerta abajo". "¿Qué son los violines?" preguntó Fernanda inocentemente. "Son los que te hacen bebés", respondió Josiana de 8 años, con certeza y naturalidad.

* * *
"No busqué estas historias, pero un día las encontré todas juntas dentro del aula (...) y todavía no encontré que decirles cuando comparten su dolor por las muertes, por las ausencias". Escucharlos atentamente y con respeto, abrazarlos y llorar con ellos cuando estos expresaban su angustia y su tristeza  frente a la muerte o herida de un familiar o amigo, frente a la ausencia de una madre que pasaba sus días en una cárcel lejana, fue la manera que Fernanda tuvo de "decirles algo". Pero también fuimos, lentamente convenciéndonos de que otra manera de "contestarles a los nenes" era por medio de un texto que, escrito a dúo, diera cuenta de lo que estaban padeciendo".


Fue un texto que llegó a mí de casualidad.
Una mañana leí que alguien lo recomendaba en Twitter. Lo busqué, me interesó, y a la tarde ya lo estaba hojeando en el bar, mientras merendaba antes de ir a dar clase.
Empecé a leer las primeras páginas y quedé literalmente -y valga semejante desplazamiento significante- pegada.
No pude dejar de leerlo.  Lo leí en el bar, en los ratos entre pacientes, a la noche antes de dormir.

Y eso que no es un libro ligero. Para nada ligero.
Es el fruto de un trabajo conjunto entre una maestra (María Fernanda Berti) y un sociólogo (Javier Auyero) en un barrio marginal del conurbano bonaerense. El libro básicamente trata sobre el trauma colectivo creado por la violencia interpersonal constante e implacable que se vive allí.
Es un diario etnográfico escrito a partir de las voces de los alumnos de tercero, cuarto y sexto grado, que expone el sufrimiento de los que están en lo más bajo de la estructura sociosimbólica e indaga en las subjetividades de los chicos de la marginalidad.

Un libro que comienza con la visita a la tumba de un ex alumno de Fernanda, asesinado a los 17 años no es, decididamente, un libro liviano.
Ubicándose bien lejos de golpes bajos e intentando evitar los  lugares comunes, cada párrafo -especialmente aquellos que relatan las historias- contiene una densidad a la que hay que darle tiempo para que sea procesada.

Tal vez lo que primero me atrajo, fue la voz de la maestra, dentro del texto. Seguramente por alguna cuestión empática: los maestros de veras -y lo digo sin falsa modestia y sin ruborizarme- nos reconocemos entre nosotros.
Detrás de su diario, en el que narra las historias que fue recogiendo de sus alumnos, se percibe su genuina preocupación, su afecto, y por supuesto, su impotencia.

Contrariamente a lo que mis prejuicios me indicaban, la parte "sociológica" del libro ensambla de maravillas con las historias y los relatos en primera persona.
Nunca me gustaron muchos los textos con estadísticas, y por un momento, temí que ese fuera para mí el escollo mayor con el que iba a tropezar en mi lectura.
Pues nada más lejos. La investigación, la toma de las muestras, los ejemplos, etc. están narrados con una simpleza que hace que el libro sea absolutamente accesible para todos, y  esa es una de las razones por las que decidí comentarlo acá, en este espacio que tiene lectores muy heterogéneos.
Sin perder rigurosidad, aborda y presenta el tema de una forma franca, sencilla y directa, lejos de pretenciones innecesarias.
Y los autores son, además muy cuidadosos a la hora de presentar los casos, sabiendo que se enfrentan permanentemente al  riesgo de la estigmatización de los sectores humildes.

Una de las ideas más fuertes que recorre el texto es la de las "cadenas de violencia":  se postula que  la violencia de género, la violencia familiar, la violencia policial, la violencia criminal están conectadas entre sí.

El objetivo  fue poner a la luz las particularidades de este fenómeno, para que se hagan visibles y puedan ser debatidas, trabajando en contra de los fuertes procesos de silenciamiento y negación.

Cuenta Auyero que, a pesar de su experiencia como sociólogo, como entendedor de la violencia colectiva, le costaba entender lo que relataban los alumnos de Fernanda: "por qué un cuaderno manchado de sangre podía ser de un chico al que el papá le pegaba para que hiciera la tarea, o  cómo un alumno de 13 años podía distinguir una pistola 9 milímetros de una de calibre 22 o 45 porque a veces acompañaba a su tío a robar..."

 Dice Fernanda en una nota de la revista Ñ: "yo no fui a buscar estas historias tan duras que narramos en este libro, aparecieron: porque la violencia atraviesa toda su vida, su trabajo, el trabajo de sus papás, sus fines de semana. Está presente cuando juegan, cuando almuerzan, cuando estudian o comen. Quizá la pregunta sea: ¿se puede salir ileso?"



Toda situación de violencia tiene algo de lo indecible.
Ahí donde no hay más palabra, aparece la violencia, casi como única alternativa posible. Es él o yo. Ellos o nosotros. No hay otra.
Poder decir algo sobre esto, poder contar, narrar, problematizar, preguntar, y -en cierta medida- denunciar, es intentar un desplazamiento hacia otro plano, el simbólico.
Poder hacer uso de las palabras que nombran aún lo más doloroso de ser nombrado, puede tal vez crear alguna otra posibilidad.

"Hay más luz cuando alguien habla".

Ojalá.



Acá el link a los datos del libro y a notas, audios y demás material vinculado con el tema.






3 comentarios:

  1. me gustó mucho! Gracias, lo comparto
    @MFernandaBerti

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  2. Hola Vale, me adueño de este lugarcito y te cuento una historia.
    Habla más de la escuela que de la violencia pero este me pareció un buen lugar para contártelo. Es real y de hace unas pocas semanas. Mi mujer trabaja en un programa de aceleración escolar para niños con sobreedad en escuelas primarias de C.A.B.A. A una de estas escuelas concurre un chico al que llamaré acá Roberto. Vive bajo el puente, Tiene una vida muy difícil y a pesar de tener madre y una casa, termina durmiendo casi siempre ahí, bajo la autopista.Va a la escuela casi todos los días, y tiene un celular. En el celular tiene agendado el teléfono de la escuela, y el celular de la directora por si acaso.
    Hace unas semanas sonó el celular de la directora. Era Roberto.
    - Seño, la llamo porque llegó acá -al puente- un chico nuevo. No se dónde vivía pero no quiere saber nada con volver a su casa, pero yo le dije que haga lo que quiera pero que a la escuela tiene que ir. ¿Puedo llevarlo?
    El "chico nuevo" fue a la escuela, y la escuela se ocupó luego de conectarlo con quien pudiese contenerlo y manejar la situación familiar compleja.Y sigue yendo.

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    Respuestas
    1. Uff, claro. La escuela es la caja de resonancia de todas esas situaciones que -en definitiva- son consecuencia de la violencia (social? institucional?) A pesar de las políticas educativas que -al menos en la Pcia de Bs As- la van dejando sin elementos, sin normas, sin recursos para poder hacer algo con eso (oootro complejísimo tema), la escuela resiste como uno de los últimos bastiones, mojones, puntos de anclaje en medio del caos: el lugar al que Roberto referencia al "nuevo" de abajo del puente.
      Igual, mi sensación (y esto es absolutamente personal) es que la cosa sigue funcionando en gran medida por el valor del recurso humano, por muchas de las personas que sostienen -a veces con altos costos personales, especialmente en lo que a salud mental se refiere- como pueden lo que les va tocando, y que excede ampliamente el rol pedagógico. Hay una parte, la institucional, que está permanentemente al borde del colapso.
      Por suerte para el chico nuevo de abajo del puente, hubo ahí una directora que respondió al llamado (seguramente fuera del horario laboral) en su celu.
      Gracias por la historia, Fabi! :)

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