miércoles, 5 de diciembre de 2012

Primera vez


"La caricatura del analista eternamente silencioso, que deja que el análisis se despliegue según la voluntad de la palabra, es una mala posición; es una caricatura errónea de nuestro trabajo de analistas. Lo que quisiera demostrar este año es que los analistas trabajamos activamente, que trabajamos de otro modo que el dejar, simplemente, que la palabra actúe".
J.D.Nasio, Cómo trabaja un pisicoanalista, 1996.

(Bueno, hubieran avisado, che).


El otro día, ordenando la biblioteca, encontré una publicación de psicoanálisis en la que participé escribiendo cuando recién comenzaba mi práctica.
Le saqué una foto y se la pasé a un amigo con el que compartimos aquellas épocas. Nos reímos un rato, recordando los viejos tiempos. Éramos jóvenes, con mucho impulso, y la verdad es que aprendimos un montón. Atendíamos, leíamos, discutíamos, escribíamos, y presentábamos casos.
“Ahí sí que eramos analistas de trinchera”, me dijo, divertido, recordando que laburábamos haciendo guardias telefónicas desde la cocinita del piso,  que se llenaba de los olores especiados del Gato Negro  que estaba justo debajo.

Ese pequeño intercambio, me hizo recordar que en esa institución yo tuve mi primer paciente. El primero enteramente a mi cargo, sin co-admisores, sin psiquiatras de back up cerquita por las dudas.
Había en ese entonces un convenio con una asociación que brindaba asistencia a personas víctimas de accidentes de tránsito.

Mi primera paciente, de la que no recuerdo el nombre, así que no tiene sentido cambiárselo, fue una mujer de unos 50 años, que había tenido un accidente viajando en colectivo. Habían tenido que ponerle un clavo en la columna, y de a poco estaba recuperando su vida normal. Pero algunas cuestiones relacionadas con ese accidente que no terminaban de cerrarse para ella, la hacían consultar.

El pasaje de la universidad a la vida profesional, en casi todos los ámbitos, es siempre complicado. La sensación de “y ahora qué hago”? frente a los primeros pasos, el esfuerzo de responder como uno supone que se espera, a veces es agobiante.
Las primeras veces siempre son complejas. Casi nunca se cuentan, ni en jornadas, ni en congresos, ni en las reuniones más íntimas de analistas. Porque en general, se hace casi todo mal, justamente, por la excesiva preocupación por hacer todo bien.

En la primer consulta, mi paciente viene munida de un sobre con toooodos los estudios médicos que se había ido haciendo.
La recibo, trato de ser seria, formal, intentando  respetar a rajatabla la “neutralidad analítica”, que en mi fantasía tenía que ver con transmitir la mayor “NADA” posible.
Comienza a hablar, yo anoto, no me quiero perder nada, para después poder supervisar con la mayor cantidad de detalles. El temita de la “atención flotante” se me complicaba un poco, medio que me hundía en el intento -imposible, claro- de registrarlo TODO.

En un momento del relato, me quiere mostrar la posición del clavo, y saca la radiografía del sobre.
-“Vé, licenciada? Acá  lo tengo”.

Y de repente, me encuentro agarrando la placa,  Y PONIÉNDOLA A LA LUZ PARA VERLA, como si fuera Thirteen en pleno diagnóstico.

Silencio. Miro la radiografía (no veo nada, obvio) pero asiento gravemente con la cabeza, como entendiendo, poniendo en práctica lo que suponía era el "semblante de saber".

Hasta que finalmente, se para.  Se me acerca, y me dice, “permítame” , y la da vuelta.

La estaba mirando exactamente AL REVÉS.





Por suerte, después aprendí TODO sobre cómo ser analista.

1 comentario:

  1. Me encanto! No soy psicologa pero comparto la exigencia agobiante y tragi-comica de pretender hacer todo bien

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Diga lo que se le ocurra.
Total, yo después modero los comentarios.







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