domingo, 2 de diciembre de 2012

Otras Letras

Fragmentos de autores que  me gustan mucho/ muchísimo cómo escriben.
A veces, me encanta todo el libro, y otras veces, son partes geniales dentro de un libro "masomenos".
Si un texto me entretiene, me divierte, me atrapa, me enoja,me hace pensar o me distrae,  es decir, no me deja indiferente,  para mí es un buen libro (independientemente de lo que dicte la moda literaria del momento)

O sea, es un criterio absolutamente subjetivo, que me permite decir, sin ponerme colorada, que hay uno de  Eco que no puedo terminar o que Clarice Lispector me aburre soberanamente.

Durante el año, muchas veces les llevé fragmentos -fuera de programa, claro-  de lo que iba leyendo, a mis alumnos de la facultad, y más de uno se llevó algún título anotado "para leer después de los finales". (Ya sabemos que la vida universitaria & la lectura placentera no siempre se llevan del todo bien, pero ese es otro tema).
 Ahora que terminaron las clases, arremeto en el blog.
 Qué se yo, en una de esas, alguno se entusiasma con alguno de estos pedacitos , lo busca y lo lee entero.

 Inauguro con una autora que tenía en mi lista para leer hace varios años, y recién empecé hace poco. Ya llevo leídos tres, y soy su fan total.
(Si me gustaran las chicas como a ella, ya estaría perdidamente enamorada, a esta altura.)


      " Una noche, tuve una revelación. Desplomada en el sofá, estaba leyendo un cuento de Colette titulado "La cera verde". Aquella historia no venía a contar nada concreto: una joven muchacha lacraba unas cartas. Sin embargo, aquel relato me cautivaba sin que pudiera explicarme por qué. A la vuelta de una frase que no aportaba demasiadas informaciones suplementarias, se produjo un fenómeno increíble: un influjo recorrió mi columna vertebral, mi piel se estremeció y pese a la temperatura ambiental de treinta y ocho grados, se me puso la carne de gallina.
       Estupefacta, releí el fragmento que había provocado aquella reacción, intentando descubrir su origen. Pero allí sólo se hablaba de cera en fusión, de su textura, de su olor: o sea de nada. ¿Entonces por qué aquella emoción espectacular?
 Acabé por averiguarlo. Aquella frase era hermosa: lo que había ocurrido era la belleza.
       Por supuesto que me acordaba de los discursos de los profesores: "Analizad el estilo de este escrito", "Este poema está muy bien escrito, por ejemplo, la vocal tal aparece cuatro veces en el verso", etc.
Semejantes disecciones resultan tan pesadas como un enamorado detallando a un tercero los encantos de su bienamada. No es que la belleza literaria no exista: sólo que es una experiencia tan incomunicable como los encantos de la Dulcinea para quien no es sensible a los mismos. Hay que apasionarse uno mismo o resignarse a no entender nunca nada.
        Para mí, aquel descubrimiento equivalía a una revolución copernicana. La lectura constituía, junto con el alcohol, la parte escencial de mis días: en adelante, sería la búsqueda de esa insoluble belleza."

Amélie Nothomb, Biografía del hambre, 2004.

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